Fundador. In memoriam
Licenciado en Psicología y Arte Dramático por la Universidad de Vicennes (París 8), donde se introdujo en el mundo de la cultura apasionada y el teatro independiente, en 1975 montó junto a Lola Atance, otra heredera del romanticismo más revolucionario, la compañía Libélula, con la que recorrieron España, contribuyendo a la consolidación del teatro de títeres. De la mano de Amancio Prada se enamoró de Segovia y decidió aportar su granito de arena para revitalizar la vida cultural de la ciudad desde La Promotora, gestionando la llegada de compañías de teatro. Más tarde, en 1985, crearía Titirimundi, en el deseo de una belleza que nunca se acaba y que el arte tiene el poder de regenerar una y otra vez con libertad, fantasía, creatividad, alegría, entusiasmo, capacidad para la crítica e ironía: un espacio para poder entrar al mundo de la utopía. Y lo hizo con su espíritu, libre, juguetón, con su genio y sus manos y sus palabras, sabiendo que manejaba una herramienta dramática con poderes de sugestión próximos a la magia y la ilusión. Enemigo de la falta de imaginación, y como hijo de mayo del 68, rechazaba toda fórmula oficial y encorsetada; era un ser “eternamente” joven y lleno de espontaneidad, músico, titiritero, con muchas historias que contar, viajero y viajado, un soñador entrañable de ojos traviesos que desde 1989 participaba en la Ruta Quetzal y sabía mirar a las estrellas. Entre 1992 y 1998 fue miembro del Consejo asesor de Teatro de la Consejería de Cultura de la Junta de Castilla y León, y desde 1984 participó en el proyecto de la Sala Mirador de Madrid como centro estable de marionetas. Pero el gran trabajo de su vida ha sido Titirimundi, un festival que suena a vida y alegría, donde “guardar las palabras en el bolsillo” o “tocar la luna con las manos” no es una quimera, sino un sueño cumplido: una gran fiesta de los sentidos donde lo maravilloso irrumpe en lo cotidiano y todo un referente a nivel nacional e internacional en el mundo de los títeres. Éste es su regalo.